La historia de Alberto, un joven voluntario en Burundi: “Ha sido tocar a Dios en el rostro de mucha gente”

"El contacto con la gente, el trabajo con los niños, con las Misioneras de la Caridad... ha hecho que nos encontrásemos con Él mismo"

María Ruiz

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“Cuando sales te entregas de alguna manera”. Una frase que impacta, que habla de una ‘entrega’ al otro de forma intrínseca, sin medida, y que solo el entrevistado ha podido conocer de manera profunda en su corazón. Él es Alberto, de 22 años, que de la noche a la mañana se embarcó en un viaje que no sabía que le iba a cambiar la vida: Burundi -situado en la región de los grandes lagos, al este de África-, uno de los países más pequeños del continente africano y de los más pobres del mundo. Actualmente, Burundi se enfrenta a una crisis humanitaria marcada por el deterioro económico, falta de alimentación y la epidemia de la malaria sobre ellos.

“El contacto con la gente, el trabajo con los niños, con las Misioneras de la Caridad… ha hecho que Dios haya cogido a todas esas personas, y que nosotros, que íbamos de voluntarios, nos encontrásemos con Él mismo”, explicaba, añadiendo que, el haber trabajado con esta congregación religiosa, “nos ha hecho encontrarnos también con Dios vivo en los pobres”. Alberto resumía su experiencia personal como una forma de “palpar realmente y tocar a Dios, a Jesús en el rostro de mucha gente”, agregando que era difícil de exponer con claridad lo que había sentido allí.

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Tierra Santa, por donde ha pasado Jesús

Él mismo ha contado que la acogida que tuvieron les “hacía sentir especial”, incluso estando en la máxima pobreza. Para Alberto, Burundi ha significado un antes y un después en su vida. Calificaba este viaje como su “Tierra Santa, por donde ha pasado Jesús”. Durante un mes entero, el joven voluntario de 22 años cambió su rutina, por completo, para sumarse a la cultura de los burundeses. Allí se alojaron en el Seminario Menor San José de Mureke (Ngozi), donde estuvieron dos semanas y, el resto de días, compartieron con las Misioneras de la Caridad. “Estuvimos con 150 niños. Era como un campamento de verano, en las mismas aulas, con clases. Luego comían en el colegio y por las tardes teníamos fútbol, jugábamos con ellos a la comba, a las chapas, o simplemente hablando. Pero por la mañana teníamos clases de religión, de arte, de música…”, contaba Alberto.

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La misión

El voluntariado surgió en una universidad de la Comunidad de Madrid. Y, a partir de ahí, se desarrolló todo. Alberto, como alumno, no se podía permitir pagar un precio tan alto para ir a la misión, por lo que tuvo la posibilidad de hacer una recaudación en su parroquia con el fin de conseguir lo necesario para emprender el voluntariado -además, la cantidad no solo iba a estar destinada en el viaje de ida y vuelta, sino también para colaborar y ayudar en Burundi-: “La gente fue muy generosa y se volcó cuando conté el proyecto y a dónde iba”. “El objetivo de esto era reconstruir una iglesia y, la otra parte, era poder alimentar a los niños durante el mes que nosotros estuvimos. Pero, principalmente, era para construir una iglesia que se iba a llamar ‘María Teresa’”, argumentaba.

“Los tipos de trabajo era estar con los niños, estar con las personas discapacitadas y ayudar a los obreros. En esto había que cargar sacos de arena y piedras. Había que limpiar los comedores, dar de comer a la gente, preparar la comida, limpiar el arroz. Yo normalmente trabajaba por las mañanas en la obra y por las tardes estaba con los niños”, contaba Alberto. Al atardecer, cada uno de ellos se lavaba la ropa para luego acudir al rezo del rosario y la posterior cena.

Dios estaba con ellos

Al final, lo que empezó siendo una propuesta de viaje por parte de la universidad, acabó tocando y transformando el corazón de Alberto al completo: “Lo que me traje (a España) fue tener consciencia de la plena confianza de que ellos (los niños) estaban en las manos de Dios. Toda dificultad ellos sabían cómo manejarla porque tenían la certeza de que Dios estaba con ellos. Dios era quien les iba a cuidar y quien les iba a mandar a las personas”, reflexionaba. Además de recuerdos y experiencias que le han dejado una huella muy profunda, Burundi le ha ayudado a crecer en la fe, tal y como él asegura: “Por mucho que se pueda contar, no se puede apreciar toda la grandeza que ha podido tener esta experiencia”.

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“Dos realidades antónimas, la pobreza y la belleza. Es una belleza singular, al igual que el que no es cristiano se escandaliza por la cruz, nos damos cuenta que en la cruz también hay una belleza. Es muy difícil comprender esto si no se tiene fe, pero es una realidad. En esa pobreza hay una belleza singular donde realmente se siente la presencia de Cristo”, meditaba emocionado por lo que había vivido y experimentado en su paso por Burundi.

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